El
tango de tu voz en la oscuridad de mi habitación, deja mi piel erizada y mi
cuerpo en paz. La silueta de tu cuerpo acostado sobre mi cama fusionado por la
escasa luz de este escenario delimita cuan sentimiento fue creado. En la noche
no hay suficientes horas para apreciar el aroma que quedó impregnado en mi
almohada. Compartí mi cama en una noche inesperada, puede que lo hubiera
soñado, idealizado o imaginado; más todo cuanto pude pensar, fue mejorado. Tus
caricias ahora matan mi cordura y tu dulzura no hace más que invadir mi cabeza
para decirme “no pares de pensar en el.” Y puede que sea miedo, temor a que
vuelva a ocurrir. Volver a perder el control de mis manos, de mi cuerpo y de la
razón. Volver a ser vulnerable dado que el sentimiento ahora cocinándose dentro
parecer ser uno de los grandes. De esos que hacen que se cuele en mis sueños,
de los que hacen del dolor de tripa antes de verle algo normal, de los que
cortan la respiración y de los que marcan. Miedo de estar escribiendo, miedo de
estar sintiendo, miedo de que este retrocediendo, miedo de no controlar esta
sonrisa que estoy padeciendo. Cierro los ojos y fantaseo con un futuro donde
quedarnos abrigados por las sabanas en la madrugada leyéndote los mejores
versos jamás escritos. Tu, mirándome y admirando mi pasión por la poesía y yo, admirando mi reflejo en tus ojos seguido de tu sonrisa, amándote.
Intento explicar que no me encontrarás cabizbaja mirando hacia el suelo
preguntándome ¿Por qué?, deambularé mirando hacia las estrellas porque ya
encontré la respuesta. El cielo es demasiado precioso para negarle un buenos
días y las estrellas se merecen nuestras metas.