Esperaría toda la noche en vela hasta
poder disipar el primer rayo de luz que entre por la ventana para poder verte
ahí tumbado tan quieto, tan en paz, tan perfecto.
Sólo disfrutar con el mero ruido de
tu inspiración y admirar cómo descansan tus párpados.
Me encantaba tu manía de tener toda
la cama para ti, pero al final siempre acabar en mi rincón.
Y cómo me gustaba tenerte cerca con
ese calor que desprendes y esa ternura que desplegaban tus labios al darme las
buenas noches.
Pensaba que no había nada mejor que dormir
contigo pero me equivoqué, lo mejor era despertar a tu lado. Y ahí, ahí está mi
verdadero cielo.
Sólo quiero tener nuestros dedos
enredados, estar tendida, a tu lado, sin alarmas ni horarios, sólo respirar tu
aire exhalado.
Siempre tan cerca, a escasos
centímetros y ahora tantos metros.
Porque las sábanas ya no me abrazan
como lo solías hacer tu.
Ahora es cuando hasta la cama más
grande se me hace pequeña sin tu nuca acurrucada sobre mi almohada.
Porque abrir los ojos y verte ahí en
silencio me aliviaba.
Ahora me despierto y sólo te
encuentro cuando te sueño.
Antes lo que más nos preocupaba era
qué película ver o qué pedir para cenar.
Ahora, me preocupan tantas cosas que
no sé por dónde empezar.
Eres esa sensación de no querer
terminar un libro pero aun así no poder parar de leer.
Tú serás la estrella más brillante
que siempre permanece cerca de la luna, pero nunca lo suficientemente cerca
como para estar con ella.
Pero hay veces que por más que la
barrera de las nubes oculte la luna, no le impide iluminar las noches de
tormenta.