Hola,
te escribía para decirte lo que siento. A lo largo de este año me han ocurrido
varias cosas, entre otras, tu. Creo que has sido la más bonita casualidad que
se cruzó en mi camino. Pero, también pienso que has sido el mayor dolor para mi
pobre amigo, mi corazón. A pesar de haber sido una gran lección, serás esa
cicatriz en el pecho que ya no podré ocultar más, dado que afecta mí día a día,
pero la sigo llevando con orgullo. En este año me hiciste muy feliz, incluso
más de lo que erróneamente pensé que merecía, pero dado que mi persona, muy a
mi pesar, atrae lo complicado, tuviste que desaparecer. Amarte era un veneno
que yacía en mis venas y paraba mi corazón a su libre albedrío para sumarse a
este sentimiento que me ahogaba. Esperaba despierta tu respuesta hasta caer
rendida ante mi almohada y despertar para la decepción de que esa respuesta
nunca llegó. Hubo un tiempo en el que me creí fuerte, hasta que ese veneno me
despertaba angustiada a las noches o me hacía romper a llorar en cualquier situación.
Me vi vencida por mi miedo a ser dueña de tu corazón sin serlo al mismo tiempo.
Y es que, ¿Cómo amas a un fantasma que ni ves, ni oyes? Llegó un punto en el
que estaba enamorada de un recuerdo, de un sentimiento, de un verano. Tomé una decisión
pensando que el dolor se desvanecería junto con tu recuerdo, pero no lo hizo. Al
final, vivía con la fantasía de volver a verte y disfrutaba, aunque más tarde
me angustiaba, cuando te colabas en mis sueños y repentinamente irrumpías en
mis pensamientos. Te escribía pensando que el papel y el boli me consolarían de
este mal que no podía controlar. Y es que escribía los mejores versos cuando tú,
rondabas mis pensamientos. Aunque al final se quedaron en palabras vacías que
nunca leerás y versos que nunca apreciarás. No te escribo con un objetivo
concreto, yo a diferencia de ti, siempre fui directa y está claro que de los
dos, era yo la de las palabras. Entonces, llegó el día de tu regreso y en
cierto modo sentía una felicidad aterrorizada. Todos mis miedos fueron corroborados
y empecé a dudar si seguías siendo la persona de la que me enamore en aquel cálido
verano. Llegó un punto en el que estaba cansada. Cansada de tus indiferencias,
cansada de tus evasivas, cansada de tus respuestas dubitativas, cansada de que
aparezcas de golpe y de frente para romperme los esquemas. Sin embargo,
necesitaba oír de tus propias palabras lo que sentías, que por una vez fueras
claro y te dejaras de tonterías. Necesitaba que finalmente me rompieras el corazón
de lleno para así dejar de quererte. Lo cierto es que me encantaría poder
odiarte, y puede que así, fuera más fácil olvidarte. Pero lo cierto es que no
puedo. Es una bonita historia, con una peor continuación y un buen final, donde
tú sufres por otra lo que yo he sufrido por ti. Una vez más, esta carta morirá
tras la marca de mi último trazo de tinta, pero ya no me importa. Al menos se
que esta cicatriz no volverá a abrirse. Dentro de un tiempo no sé si este año,
en nuestra vejez o en otra vida, cuando volvamos a vernos ya no verás a esa
dulce chica con el corazón en mano listo para ser otorgado, verás a una chica
con una bonita cicatriz en el pecho que tú formaste y que creció, venció a la
vida y que tú y solo tú, dejaste escapar.
Adiós,
querido desconocido.