A lo
largo de la vida de cada persona, esta se topará con otra la cual le hará
sentir millones de sensaciones, mezclándose unas con otras o acentuándose con
el tiempo o parando en seco. No voy a denominarlo alma gemela, ni media naranja,
ni cualquier otro nombre que se le pueda dar, solo voy a llamarlo casualidad.
Porque si, todos nos hemos topado con una causalidad y si aún no ha pasado,
pasará. Es una bonita casualidad cargada de una nebulosa radiante y con unas
ganas desmesuradas de estallar. Es un encontronazo en el que ambos corazones
colisionan entre sí hasta dejar una sensación de empalagoso sabor a caramelo,
que al final acaba endulzándote cada día junto a esa persona. A raíz de ese
hallazgo es cuando saltar al vacío se convierte en algo común, cuando la
cordura es algo a lo que ya no podemos optar, cuando sientes una chispa en el
pecho al notar su caricia en tu pelo y cuando el brillo en la cuenca de tus
ojos al verle entrar en la habitación es algo que ya no puedes controlar. Hay
veces que no nos damos cuenta de cómo sienta poder tenderle la mano a alguien y
sentir que no la soltará nunca y que eso es algo demasiado valioso para dejarlo
escapar. Todos hemos vivido esas experiencias de un extremo o de otro, al
máximo o al mínimo, queriendo o sin querer. Pero al fin y al cabo, siempre son
historias que marcan. Marcan tu vida, tu forma de ser y tu día a día. Por eso
te doy las gracias, por haberme hecho la persona que soy hoy, por haberme hecho
llorar y aprender de ello, por haberme hecho reír y poder apreciarlo, por
haberme hecho enfadar y saber rectificar, por hacerme perder el control y
enamorarme de esa sensación. Por eso te digo gracias, pequeño amor infinito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario