lunes, 11 de abril de 2016

El libro que nunca dejé de leer


Esperaría toda la noche en vela hasta poder disipar el primer rayo de luz que entre por la ventana para poder verte ahí tumbado tan quieto, tan en paz, tan perfecto.
Sólo disfrutar con el mero ruido de tu inspiración y admirar cómo descansan tus párpados.
Me encantaba tu manía de tener toda la cama para ti, pero al final siempre acabar en mi rincón.
Y cómo me gustaba tenerte cerca con ese calor que desprendes y esa ternura que desplegaban tus labios al darme las buenas noches.

Pensaba que no había nada mejor que dormir contigo pero me equivoqué, lo mejor era despertar a tu lado. Y ahí, ahí está mi verdadero cielo.
Sólo quiero tener nuestros dedos enredados, estar tendida, a tu lado, sin alarmas ni horarios, sólo respirar tu aire exhalado.
Siempre tan cerca, a escasos centímetros y ahora tantos metros.
Porque las sábanas ya no me abrazan como lo solías hacer tu.

Ahora es cuando hasta la cama más grande se me hace pequeña sin tu nuca acurrucada sobre mi almohada.
Porque abrir los ojos y verte ahí en silencio me aliviaba.
Ahora me despierto y sólo te encuentro cuando te sueño.
Antes lo que más nos preocupaba era qué película ver o qué pedir para cenar.

Ahora, me preocupan tantas cosas que no sé por dónde empezar.
Eres esa sensación de no querer terminar un libro pero aun así no poder parar de leer.
Tú serás la estrella más brillante que siempre permanece cerca de la luna, pero nunca lo suficientemente cerca como para estar con ella.
Pero hay veces que por más que la barrera de las nubes oculte la luna, no le impide iluminar las noches de tormenta.

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