Bajo un mismo manto de luces
parpadeantes se encuentran dos cuerpos semi fusionados. El seca sus húmedas
lágrimas en aquellas noches oscuras donde le faltaba el pincel con el que
contarle a la luna cuanto le encanta su dulzura. Ella baila alrededor de las
sabanas pálidas en esa noche a oscuras y hace que sus ojos roten a los suyos
como tierra gira alrededor de su sol. A escasos metros el deseo crece
inminente. Solo con el canto del mar con la arena, ella puede ofrecerle su
desnudez y ambos colisionan con timidez. Cuando el sol embauca cada centímetro
de tierra, el besa con sus yemas las cuerdas de la guitarra y entona una
perfección en forma de melodía que a ella la enamora. Con la caída de las
noches él se percata que solo ella puede contonear esas curvas en cuerpo de
niña que esconde un corazón de mujer y ella, se da cuenta que solo el consigue
que se imaginen la luna juntos. El viento de poniente se agota y estos dos
cuerpos se alejan. Un final para todo, un quizás como esperanza. Y es que estos
dos cuerpos se volverán a encontrar solo cuando la luna este en su punto más
alto.
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